Ya se acerca el nuevo año, parece que hay que hacer planes.
A mí cada vez que hablo de planes me viene a la mente la imagen del azar y lo veo tirado en el suelo desternillado de risa,
consciente de que será él quien dirá la última palabra, así que no puedo más que limitarme a
seguir respirando,
a seguir escribiendo aunque no te enteres,
a seguir sentándome en las esquinas de cualquier cosa, me gustan las esquinas, a seguir hablando sola hasta las once de la mañana,
y después descorrer las cortinas,
a seguir creciendo, hacia arriba, no sé ya si evolucionando, a seguir llorando a moco tendido cuando me de la gana; a seguir fiel a todo, sin dar golpes bajos porque hasta para disentir hay que tener estatura,
pero sin dar explicaciones,
a seguir comprimiendo los minutos para seguir siendo tierra;
a seguir regodeándome en mi amargura y tragándomela con cerveza,
para escabullirme del abrazo que ya no puedo dar,
hasta ese momento mismo en que no estoy ni viva ni muerta,
sino clínicamente inútil.
A seguir queriendo ser tu amiga más que cualquier cosa, a seguir prefiriendo el Luigi Bosca blanco a pesar de los polifenoles del tinto,
a seguir besándote las plantas de los pies,
a seguir queriendo que destiendas mi parte de la cama,
a seguir ordeñando la noche,
a seguir siendo todas las mujeres que quiero,
lo mismo la atleta de la palabra, que esa puta con papeles en que nos convertimos todas cuando tenemos carrera, y marido.
A seguir teniendo siempre otra alternativa, morirme o viceversa,
a seguir sin sentido de la urgencia,
a seguir llevando conmigo mis piedras a donde vaya,
a seguir mis instintos,
a seguir el rastro de mis memorias amarillentas
hasta llegar a mi
epitafio.