Monday, October 22, 2007

La Vida Privada de las Palabras (fragmento)

Mucho antes de decidirme a escribir profesionalmente, y esto solo es una manera de decir, porque profesionalmente implica recibir una retribución que compense las horas de esfuerzo, las noches de insomnio, la dedicación a una tarea que como dice Garcia Marquez, “...al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada”, ya tenía por costumbre leer entrevistas de escritores. Nunca he sabido por qué, pero necesitaba tener algún acercamiento a la persona física, al carácter, a la persona congruente en que se convierten los escritores solo por los escasos instantes en que dura una entrevista. Tenía que identificarme con alguno de sus gestos, con algún acontecimiento de su pasado, con algún pensamiento, para decidir después ir a su obra.

Y esto me sucedía con todos, era mi manera de saber a qué pasillo dirigirme más tarde en la librería. De lo contario me sentía perdida en esa madeja de titulos y reseñas que al guiarme por ellos, muchas veces me decepcionaban. Ya sé que no es justo el método, porque no hay nada más estresante ni más descolocante para un escritor que una entrevista, que por lo general ocurre en dias en que se encuentran muy poco iluminados frente al crítico que, con el diente afilado, se empeña en extraer las respuestas más brillantes para los grandes problemas que azotan al universo, o como mínimo a la literatura.
Así hablan de giros linguísticos, de programas estéticos, de modelos narratológicos, de generaciones o de guiños intertextuales, dejando al escritor prácticamente mudo en un terreno que solo les compete a ellos. Por qué no hablamos de mi escritura?, suele decir la mayoría. Sin embargo siempre encontraba una respuesta, más bien relacionada con el proceso creativo, que me atrapaba y decidía ir a ver entonces como funcionaba ese concepto, ese amuleto, ese hábito, ese ritual, ese levantarse un ocho de enero y empezar a escribir una carta rodeada de palos de incienso.

Hace poco leí de un escritor ecuatoriano, Leonardo Valencia, que a eso de los quince años leyó por primera vez La Metamorfosis de Kafka, y como no podía creer el final y no sabia qué hacer con él, en las páginas en blanco que hay casi siempre al final de todos los libros, escribió otro final, y ahí, inmediatamente surgió el escritor.

Un escritor español, que acaba de ganar el Premio Planeta 2007, Juan José Millás, dice que tiene por costumbre, antes de empezar a escribir iluminarse con otras lecturas, entre ellas echa mano de unas historias clínicas que colecciona y que conserva en su mesa de trabajo. Así suele apoderarse de las propiedades del paciente sobre el que está leyendo y muchas veces se queda con los síntomas. Una vez leyó una que terminaba en fallecimiento y se quedó como dos días recorriendo la casa como él imagina que caminaría un difunto. Cuando su mujer le preguntó qué le pasaba, le dijo: “Es que estoy haciéndome el muerto.”

Ese mundo privado de los escritores, esos actos disparadores, esos arrebatos, nos ocurren a todos de modo muy singular. Sus confesiones solo confirman que escribimos para no volvernos locos. “Siempre digo que para mí la escritura es un ejecicio de sobrevivencia. Es lo que me salva a veces de la locura, a veces de la depresión, a veces del suicidio”, dijo Isabel Allende. A mí particularmente, la realidad suele dejarme con ciertas obsesiones que cuando las cuento son literatura. Escribo justamente para entender lo que está pasando, muchas veces me pasa que escribo las cosas, y entonces, después de escribirlas, es que me entero de ellas.

Para otros la escritura es la única forma de existir que conocen, Vargas Llosa. Y es cierto, cuando hablamos, cuando caminamos, cuando tomamos café, no estamos haciendo tales cosas, estamos escribiendo. Y es que dicen que escribir se trata de eso, de mirar con asombro la vida.
Escribir tanto como leer, son en cierta forma, actos de voyeurismo que revelan a ese voyeurista que todos llevamos dentro, porque en definitivas, se trata de espiar hasta en el inconsciente de nosotros mismos, o del escritor que leemos, quien en ese momento está llevando a cabo un acto profundamente íntimo, está desentrañando los recovecos de su memoria, hurgando como un espéculo en las cicatrices del alma, y sintiendo el mismo placer o más que se siente cuando se hace el amor. Estamos escudriñando por entresijos, dejándonos llevar a ciegas de la mano de alguien que no conocemos y dirijiéndonos a un lugar inesperado, con ese privilegio de mirar por la rendija, de asomarnos por entretelones.
Es por ello, que el mejor escritor es el que juega el juego limpio, el que escribe sin hipocresía y revela todo lo que ve, hasta los más inoportunos fluídos vaginales. Pero escribir es también y sobretodo un acto de soberbia que nos libera de esos egos y tribulaciones que nos empeñamos en domesticar escribiendo, y lo hacemos muchas veces tan magistralmente que en vez de tirarlos a la basura decidimos exhibirlos con impunidad acompañándolos de un discurso torpe, porque nos manejamos mejor por escrito, y hacemos creer a todos que vamos a espaldas de la fama y del aplauso, ausentes de toda gloria.

Friday, October 12, 2007

Las reglas del buen vestir


Hace unos meses estaba en mi casa de La Habana esperando a una amiga para salir, Luanda. Me llamó cuando salía, para avisarme que ya estaba en camino y me dispuse a esperar. Acostumbrada a la espera pasa un tiempo prudencial y yo sigo esperando un tanto preocupada, pero con esa elasticidad con la que uno se preocupa en Cuba, donde no hay peligro de muerte, ni de asaltos ni de secuestros, pero donde todo es un desafío. Como ella no tiene auto lo mismo podia demorar diez minutos que medio día en llegar, o llegar lo mismo en taxi que en una carreta tirada por caballos. El caso es que de pronto entra una llamada y la escucho apelando a mis funciones de abogada. Estaba detenida en una estación de la policía y ni siquiera sabía bajo qué cargos.

El policía que la detuvo, había seguido instrucciones de otro que veía por una cámara a todo el que transitaba por esa calle, y éste había ordenado que la detuvieran.

Policía: Buenas tardes ciudadana, identifíquese por favor, dijo el policía haciendo el saludo militar-. Mi amiga se extrañó mucho pero reaccionó de la mejor manera posible.

-Buenas tardes dijo, y comenzó a meter la mano en la cartera buscando su carnet de identidad. -Deje ver si ando con el carné..., dijo contrariada. ... Ah! Aquí está, tenga., y se lo estira en un gesto de resignación, pero poniendo cara de nada.

El policía comienza a ver, leer, -nunca sé lo que hacen los policías con los documentos-, el documento. Inmediatamente se aleja un poco de mi amiga y llama por la radio. Mi amiga escucha que dice: -Aquí tengo a la ciudadana.

Luanda: Pasa algo agente?

Policía: Quédese tranquila, es rutina. Y sigue tratando de comunicarse por la radio.

Acostumbrada a la espera, al papeleo, a que estos policías de Carraguao o Sibanicú, que apenas saben leer y escribir, cuyo uniforme es la primera ropa decente que se ponen en su vida, entrenados para tratar con lagartijas, aprendan a descifrar los nombres habaneros y luego a pronunciarlos; Luanda hace un gesto de resignación y se dispone a esperar las diligencias que este tenga que hacer. Total, ella no tenía nada que ocultar ni había incurrido en ninguna falta, más allá de un poco de café clandestino que se había tomado por la mañana.
Luego de esperar unos minutos, se acerca al policía.

Luanda: Está todo bien agente? Puedo seguir mi camino?
Policía: No, todavía no. Y sigue tratando de comunicarse por la radio.

Luanda: Peeeeeroo...., si no puedo seguir mi camino entonces estoy detenida, y si estoy detenida debe explicarme lo que está pasando.

Policía: Usted está bajo investigación, dice el policía y sigue tratando de comunicarse por la radio.

Luanda: Qué qué, bajo investigacióooooon? Pero investigación de qué, por qué?

El policía no sabe, no contesta, no dice nada. Y no le responden por la radio.

Luanda: Agente, por favor, a mi me están esperando en un lugar, yo tengo el tiempo contado. Dígame lo que está pasando o lléveme presa, pero no me tenga aquí bajo este sol así de gratis porque yo tengo muchas cosas que hacer, además es un derecho que tengo. Si estoy bajo investigación me tiene que instruir de cargos, asi que le pido que me diga ahora mismo lo que está pasando.

Policía: No me falte el respeto ciudadana, que eso es desacato.

Luanda: (gritando) -No, el respeto me lo está faltando Ud. a mí teniéndome aquí sin decirme nada. Yo no puedo irme porque Ud. tiene mis documentos, así que dígame que está pasando, y mejor me lo dice rápido porque ya esto me está trayendo perjuicios.

Policia: Estése tranquila ciudadana! Dónde vive Ud?

Luanda: Que donde vivo yo? Pero no vio el carnet?, ademas si estoy bajo investigación Ud. debe saber mejor que yo donde vivo. Mire, yo no le voy a facilitar las cosas, Ud. no va a hacer su trabajo a costa mía. Es más, si Ud. no me puede explicar lo que está pasando traigame a alguien que pueda hacerlo, yo quiero hablar con un superior suyo, con alguien que me pueda decir algo, porque yo no entiendo nada. Ya llevamos como diez minutos aquí y yo no tengo la culpa de que esa radio no funcione, ese no es problema mío!

Se acerca otro policía y entre los dos hablan.

La gente pasaba y miraba a mi amiga con cara de asombro, los autos aminoraban la marcha. Y mi amiga seguia gritando:

-Yo lo que quiero es una patrulla que me lleve a la estación para hablar con alguien con autoridad! Es más cuando se comunique por ese aparato pida un patrullero, porque yo soy la que quiero hablar con alguien. Y desde ya le digo que le estoy cogiendo el número de la chapa, esto no se va a quedar asi!

La gente le hacía gestos de apoyo a mi amiga, mientras ella sacaba un papelito y anotaba el número de chapa del policía. Un auto con un matrimonio trataba de estacionar justo delante de la vereda donde mi amiga estaba parada. Luanda los mira desafiante, con cara de pocos amigos, ellos en un gesto complice le susurraron bajito: -cálmate muchacha, haces bien en defenderte, pero cálmate.

Cuando finalmente el aparato se decide a funcionar, al policía no le queda más remedio que decir: ...la ciudadana está fuera de control, dice que quiere ir a la estación, que no quiere hablar conmigo. Cambio y Fuera/

A los pocos minutos llega el patrullero y mi amiga se mete en el auto, después de haber dejado bien claro que el policía iba a tener que dar cuentas a sus superiores de lo que había pasado. Una vez en la estación hizo la llamada.

Después de hablar con la jerarquía de la Unidad, que por cierto, terminaron pidiéndonos disculpas, salió a relucir que mi amiga estaba vestida “atípicamente”, y que ellos estaban combatiendo una especie de prostitución de nuevo tipo que había surgido en La Habana, donde las chicas se vestían de un modo muy “particular”. Dios Santo! Debo decir que eran las doce del mediodía de un sábado cualquiera, y mi amiga llevaba una blusita verde de tiranticos, un jean ancho, unas ojotas de piel, una gorrita en la cabeza, y una bandolera cruzada. Nunca supe, ni siquiera ellos me pudieron explicar qué prenda había sido objeto del desajuste, nunca supe cual hubiera sido en ese caso la regla del buen vestir, nunca entendí qué era atípico y particular, nunca supe que coño les importaba, nunca supe qué decir. El caso es que ahora estoy haciendo las maletas para irme a La Habana y no tengo ni la menor idea de lo que voy a poner. Tengo la idea fija de que la blusa verde de tirantes fue la causa de la tormenta, y entonces me digo: nada de tirantes! O tal vez las sandalias? Huuuum, con el calor que hace en La Habana estoy muy tentada a llevar ropa de invierno.

Tuesday, October 2, 2007

Máscaras


Lo que alimenta el amor es la distancia. Nunca entendí como desde el surgimiento de la internet, la gente empezó a conocerse y relacionarse electrónicamente. Me parecía peligroso por eso de que las partes se ponen pseudónimos y ocultan su identidad, te dicen lo que quieren y no hay manera de comprobarlo, y ni siquiera se toman el trabajo de ponerse máscaras que los adornen porque no dan la cara.

Después empecé a entender a esas parejas intercontinentales que la única manera que tenían de iniciar y alentar la relación era la web, pero que después de un tiempo se conocían en persona y entablaban una relación convencional. Más, no entendía a aquellas personas que estando en el mismo barrio preferían sacear los apetitos de la carne por internet en vez de encontrarse en un bar, tomarse un trago, apretar un poco e irse a la cama juntos como dos adultos.

Tengo varios amigos que después de aburrirse de matrimonios convencionales, esos donde se vive juntos y se duerme en la misma cama, han decidido divorciarse, y se han lanzado a la vida loca para recuperar los años perdidos en el sofá apretando el botón del control remoto desde las nueve de la noche. Esas ansias de venganza, ese brote de lujuria que antaño nos parecía de vanguardia, propio de una etapa liberadora, ahora es oficio de ángeles.

Lo que se usa es sentarse detrás del ordenador y quitarse la máscara. Porque la verdadera máscara es la que llevamos todo el día. Allí, solo allí, a las doce de la noche es que empezamos a ser quienes realmente somos, desatamos los demonios, nos despojamos de todo atavismo, y liberamos lo más puro y verdadero. A las doce se rompe el hechizo.